miércoles, 19 de marzo de 2008

Las condiciones del pájaro solitario

Las condiciones del pájaro solitario son cinco. La primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente.
Dichos de Luz y Amor
San Juan de la Cruz


miércoles, 5 de marzo de 2008

El señor Holzer padre

Estaba tendido boca abajo con la cara contra la hierba húmeda, se le metía entre los labios y terminó por empaparle la ropa. Los niños de los Holzer seguían jugando en el jardín. Podía oír las risas nerviosas y sus voces agudas que no paraban desde hacía más de una hora. Había tropezado con la manguera. Los niños simplemente no podían verle. Cerró los ojos, cuando los mantenía abiertos veía fosfenos junto con una sensación de vértigo.

El día anterior había permanecido sentado en la ventana desde la hora de comer. El humo de los cigarros parecía coagular en ceniza a su alrededor. Ponía su empeño en buscar indicios de lluvia, pero el cielo continuó azul y despejado todo el día. Cuando la luz comenzó a perderse, apenas rayos tímidos que revelaban el polvo suspendido, dejó de buscar. A lo largo de la calle había coches nuevos en el camino de todas las casas. Todos los jardines estaban perfectamente recortados. Nadie paseaba ni se sentaba en los porches.

A través del cristal pudo observar como el señor Holzer clavaba los últimos listones de madera pulida. Llegaban algo más arriba de la cintura y quedaban unos pegados a otros, de manera que un niño de ocho años no vería nada detrás. A cada rato se sentaba en las escaleras para hablar por teléfono. Llevaba ropa de deporte, el pelo corto y bebía agua mineral. Lo había visto salir a correr por las noches. Los primeros listones le costaron sobremanera, rompió un par y arrojó el martillo contra el suelo antes de dar con una técnica aceptable. Sin embargo, al teléfono parecía recuperar el control. Movía las manos en grandes aspavientos a la vez que cerraba los ojos condescendientemente. Por las juntas mal encajadas de la ventana se colaban las conversaciones. Hablaba de dinero con las mismas palabras que lo hacen los periódicos. Él sólo leía esquelas, el tiempo que iba a hacer y resolvía el crucigrama. La mayor parte de las veces no lograba terminarlo y tenía que esperar al día siguiente para resolver las palabras que faltaban. Antes lo completaba con su vecino.

Por la mañana temprano llegó la furgoneta de la tienda de bricolaje. Estaba en el jardín porque acababa de terminar de regar su parte y un buen trozo del señor Holzer, como siempre había hecho mientras Holzer padre vivía. Traían varias cajas perfectamente embaladas que depositaron según instrucciones precisas en el camino del garaje. Les dio una buena propina y la furgoneta se alejó enseguida. Las maderas eran de un bonito verde exactamente igual al del césped del jardín y rematadas en punta redondeada. Si le hubiesen preguntado él habría elegido el blanco.

Luego, con un café y una tostada seca, estuvo mirando como el señor Holzer le mostraba los listones a su familia. La joven señora Holzer cogió uno de los tablones e hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. Su marido en ese momento desembaló el resto del material. Había listones suficientes para todo el perímetro del jardín, así como las herramientas, tornillos y sujeciones necesarias. Los chicos se abrazaron a las piernas del señor Holzer al enseñarles la caja de un columpio pequeño. Cuando volvieron a entrar en casa, llevó la taza desportillada a la cocina y la dejó en la pila con otras tazas sin lavar. Otra vez empezaba a atascarse el desagüe.

Repasó las soluciones del último crucigrama hasta la hora de comer. Durante la mañana había estado pensando. Lo mejor sería bajar a hablar antes de que empezase a instalarla, probablemente podría devolverla y quedarse con el columpio. Si se negaba intentaría discutir el límite que dividía el jardín, aunque eso sólo empeoraría las cosas.

Aún estaba empezando y había colocado tres listones, todavía podía solucionarse. Acordándose del funeral del señor Holzer padre se sentó. El había ido a darle el pésame a su hijo. Le cogió la mano y al ver que no le reconocía dijo “Yo lo encontré”. Iba a contarle más, pero se perdió entre saludos de desconocidos.

Ya había colocado un lateral entero. Quizá sería mejor así, los niños no le molestarían jugando en su jardín los días de verano ni se encontraría un muñeco de nieve cualquier mañana de invierno. Podría descansar tranquilamente en el porche y si se colaba un balón, decidiría entre devolvérselo o reprender al señor Holzer porque sus hijos no sabían comportarse. Los gritos le vendrían desde lejos, apagados, y saludaría con un gesto desde su lado.

 
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