lunes, 13 de agosto de 2007

IMAGINA

Imagina que tienes coche. Tienes también carné porque el monitor de autoescuela te enseñó bien y a la quinta. Imagina entonces que decides un viaje a Sorrento con otros lugares así mismo incongruentes. Coges las llaves y sales de la casa. Imagina a Yonder la vecina del segundo con ojos de cine clásico y las piernas metro ochenta. Va contigo. Imagina que ya das el contacto. Imagina toda la discografía de Lou Reed. Suena run run run remontando catinga. Imagina como se abre la puerta del garaje y vosotros saliendo. Además llueve. Imagina que lo puesto y no lleváis maleta. Ya pasas el semáforo, embocas Princesa y rápido a la autopista. Y ella te ha rozado la mano simulando descuido. Se descalza y acurruca los pies en el asiento.

domingo, 12 de agosto de 2007

Esta... novela está escrita en forma de narraciones cortas para facilitar la tarea del lector. De esta manera, el lector no tiene que empezar el libro a continuación de una portada determinada y acabarlo en algún punto cercano a la portada opuesta. Siendo cada capítulo en sí mismo una historia completa, el lector puede tomar el libro y empezarlo por el final y acabarlo por el principio, o puede empezarlo y terminarlo por la mitad, de acuerdo con su humor. En otras palabras, puede leerlo de cualquier modo excepto, quizá, cabeza abajo.


Argüelles

ZULMA

Al principio era demasiado pronto, acababa de pasar. Y todo tan estamos para lo que necesites, tan bájate a tomar un café que ya me quedo yo. Y así fueron pasando los días y los amigos se fueron olvidando de venir.

Zulma seguía sin despertarse, pero ahora lo preguntaban por teléfono. Su familia continuó viniendo, casi todos los días primero, de domingo y viernes después. Luego el domingo es muy mal día porque los niños tienen deberes o se queda con amigos para comer en el Pardo. Y es normal y yo lo entendí.

Poco a poco Zulma y yo nos quedamos solos en la habitación del hospital. El médico también vino cada vez menos, cada vez más espaciado, hasta que apareció otro médico porque eran vacaciones y él siempre cogía el primer turno.

Las enfermeras se fueron acostumbrando y todo tomó aparente forma de normalidad. Tuve que volver al trabajo y empecé a pasar algunas noches en casa, pero si con ella la casa se hacía chica, de pronto todo, la cama, la cafetera, el baño, se hizo enorme.

Me quedaba en el hospital hasta que de madrugada alguna enfermera me despertaba para ir a casa.

Perdí peso y perdí amigos. Mi hermano tampoco entendía bien y hablaba de salir, de que había que continuar y de que ya iban más de dos años desde el accidente. Incluso su familia, cuando venía al hospital porque era el cumpleaños de Zulma o doce de febrero y justo hacían tres años, insistía en que no podía seguir así.

Su padre me apartaba al pasillo o dábamos una vuelta por el jardín. Entonces me rendía algo de dinero. Yo no decía nada y me lo guardaba. Ni siquiera daba las gracias. Empezaba a pensar que era lo mínimo por lo que estaba haciendo.

Esos días eran los peores porque cortaban la rutina y luego tenía tiempo para pensar. Ya no la quería, seguía teniéndola cariño, pero no más del que tienes a tu primer coche o a la casa donde pasaste hasta los veintiocho.

Recién cumplidos me fui a vivir con Zulma. Llevábamos un par de años de novios. Casi no me acordaba de los gritos y las risas nerviosas al ir a comprar los muebles. Ni de que era provisional y hacíamos planes donde ella empezaba a trabajar para ir a vivir al centro. Ahora todo eso era un recuerdo parecido al de haber leído un libro pero hace mucho, ya no sabes bien de que trata.

Algunos días llegaba de buen humor al hospital y le contaba que al tomar el café por la mañana me habían dado mal el cambio, esas cosas. La mayoría no, la mayoría de los días no hablaba. Llegaba a las ocho, leía el periódico, prendía la tele e intentaba evitar las series de médicos y sobre la una, antes de que pasase la enfermera, me volvía a casa. Muchas veces me iba con ganas de gritarla, pero en un hospital no se puede gritar y menos a la noche. Poco a poco también se retiraba el cariño sustituido por la costumbre. Igual de lento iban sumándose las semanas entre una visita y la siguiente.

La casa fue cambiando de forma. Desaparecieron las cortinas; al lavarlas no las puse ya más. Fui descolgando sus cuadros y guardé también las fotos, primero en las que aparecía con alguien que no era yo, luego en las que estaba conmigo y al final las de ella sola. El piso quedó desnudo, sin nada en las paredes. El espejo del baño sólo, pero ahí también tiré su cepillo de dientes, sus champús se gastaron y una de las dos perchas permanecía sin toalla.

Seguía yendo al hospital. Al empezar el mes decidía los días de visita y esperaba pacientemente que llegasen. Un lunes pasó que regresé cansado a casa y no me di cuenta hasta el día siguiente. A partir de entonces, al elegir las fechas para ir con Zulma las marcaba en el calendario. No tenía más que mirar y enseguida estaba ella, entre la cita con el dentista y la semana santa.

Su ropa continuaba en los armarios. Cuando la ingresaron había llevado unas mudas y alguna camiseta favorita al hospital. El resto lo dejé en casa. Si veía un pantalón o una chaqueta que me gustaban, las compraba para ella. Después perdía la cuenta de lo que le había regalado. Hasta que me pareció ver a una enfermera vestida de Zulma, y me llevé todo.

Desmonté el armario entero. Sus blusas, sus faldas, sus pantalones y zapatos, todas sus cosas pasaron tres días sobre la cama. Mientras, dormía en el sofá y ni acercarme al dormitorio.

Zulma tenía cantidad de ropa, mucha mas de la que yo le había visto puesta. Recogí cajas y me decidí a empaquetarla. Compré cinta de embalar y las armé. Una forma de mudanza se ganaba la casa.

Las cajas se fueron llenando y en algunas escribía ‘bañadores’ o ‘primavera’. Pero sólo al empezar, luego las rellene rápido, sin mirar, intentando quitármelo de encima. Procuraba no acordarme de cómo me gustaban sus faldas, o de cuanto me había reído al verla pelearse con algún vaquero. Al final todas las cosas de Zulma estaban en cajas. No podía aparecer cargado en el hospital y dejarlas en su habitación. Pensé en llamar a sus padres, por si las querían. Pero no lo hice. Llevé su ropa a la parroquia y después busqué un bar de moda. Hacía tiempo que no salía.

A veces pasa

A veces pasa, dijo. Pero no obtuvo respuesta y desde entonces pasa siempre.

poligrafo

Matt Groening. Los Simpson

sábado, 11 de agosto de 2007

Minoranza

¿Sabe qué estaba pensando? Una cosa muy triste. Yo, incluso en una sociedad más decente que ésta me encontraría siempre con una minoría de personas. Pero no como en la película donde el hombre y la mujer se odian, se matan en una isla desierta porque el director no cree en las personas.

Yo creo, pero no creo en la mayoría de las personas. Creo que siempre estaré bien y de acuerdo con una minoría.

Nanni Moretti. Caro Diario

Mallorca

Oliber

Cuando Oliber se lebantó esa mañana en su casa de Montebideo, notó algo extraño, something different. En la cocina preparó café y esperó a que saltasen las tostadas y sólo al encender el telebisor bió lo que pasaba. No se asustó. Se dirigió al estante y buscó el Atlas de Ortografía. Recorrió las páginas salpicadas de dibujos y esquemas tranquilamente primero y después, cuando comprobó que no había nada, con ritmo frenético. Pero no encontraba nada y no podía dejar de ber la página beinte, el birus del esnobismo o la bacuna contra el espanglish. Sin embargo lo que a él le ocurría no estaba, sus síntomas no coincidían con ningún caso expuesto. En la biblioteca encontró la Enciclopedia del Castellano y el Manual de consulta general, B.B.A.A, que no abenturaban solución alguna. Diferentes doctores se dedicaron a estudiar su caso sometiéndole a dibersas pruebas: el caballo bayo saltó la balla; bine, bi, bencí; bolando boy, bolando bengo y demás sin resultados. La desolación lo llebó a Europa, donde lo recibieron entre bítores y aplausos, conbencidos de poder alcanzar su curación. Habían puesto en marcha una terapia rebolucionaria que estaba obteniendo resultados asombrosamente positibos con pacientes hasta entonces insalbables. Pero Oliber se mostró reazio al tratamiento y su organismo lo rechazó con nuebos síntomas que no hazían si no agrabar la situazión. Tras cinco años sin mejoras considerables, exhausto y enfermo todabía, abandonó las clínicas para ir a Bilbao, donde bibe. Estudia euskera, que no tiene ubes, apenas unas pocas prestadas. Claro que hasta que lo aprenda, nada de ber telebisión, baguear los biernes, bisitar museos ni recitar bersos.

 
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