domingo, 12 de agosto de 2007

ZULMA

Al principio era demasiado pronto, acababa de pasar. Y todo tan estamos para lo que necesites, tan bájate a tomar un café que ya me quedo yo. Y así fueron pasando los días y los amigos se fueron olvidando de venir.

Zulma seguía sin despertarse, pero ahora lo preguntaban por teléfono. Su familia continuó viniendo, casi todos los días primero, de domingo y viernes después. Luego el domingo es muy mal día porque los niños tienen deberes o se queda con amigos para comer en el Pardo. Y es normal y yo lo entendí.

Poco a poco Zulma y yo nos quedamos solos en la habitación del hospital. El médico también vino cada vez menos, cada vez más espaciado, hasta que apareció otro médico porque eran vacaciones y él siempre cogía el primer turno.

Las enfermeras se fueron acostumbrando y todo tomó aparente forma de normalidad. Tuve que volver al trabajo y empecé a pasar algunas noches en casa, pero si con ella la casa se hacía chica, de pronto todo, la cama, la cafetera, el baño, se hizo enorme.

Me quedaba en el hospital hasta que de madrugada alguna enfermera me despertaba para ir a casa.

Perdí peso y perdí amigos. Mi hermano tampoco entendía bien y hablaba de salir, de que había que continuar y de que ya iban más de dos años desde el accidente. Incluso su familia, cuando venía al hospital porque era el cumpleaños de Zulma o doce de febrero y justo hacían tres años, insistía en que no podía seguir así.

Su padre me apartaba al pasillo o dábamos una vuelta por el jardín. Entonces me rendía algo de dinero. Yo no decía nada y me lo guardaba. Ni siquiera daba las gracias. Empezaba a pensar que era lo mínimo por lo que estaba haciendo.

Esos días eran los peores porque cortaban la rutina y luego tenía tiempo para pensar. Ya no la quería, seguía teniéndola cariño, pero no más del que tienes a tu primer coche o a la casa donde pasaste hasta los veintiocho.

Recién cumplidos me fui a vivir con Zulma. Llevábamos un par de años de novios. Casi no me acordaba de los gritos y las risas nerviosas al ir a comprar los muebles. Ni de que era provisional y hacíamos planes donde ella empezaba a trabajar para ir a vivir al centro. Ahora todo eso era un recuerdo parecido al de haber leído un libro pero hace mucho, ya no sabes bien de que trata.

Algunos días llegaba de buen humor al hospital y le contaba que al tomar el café por la mañana me habían dado mal el cambio, esas cosas. La mayoría no, la mayoría de los días no hablaba. Llegaba a las ocho, leía el periódico, prendía la tele e intentaba evitar las series de médicos y sobre la una, antes de que pasase la enfermera, me volvía a casa. Muchas veces me iba con ganas de gritarla, pero en un hospital no se puede gritar y menos a la noche. Poco a poco también se retiraba el cariño sustituido por la costumbre. Igual de lento iban sumándose las semanas entre una visita y la siguiente.

La casa fue cambiando de forma. Desaparecieron las cortinas; al lavarlas no las puse ya más. Fui descolgando sus cuadros y guardé también las fotos, primero en las que aparecía con alguien que no era yo, luego en las que estaba conmigo y al final las de ella sola. El piso quedó desnudo, sin nada en las paredes. El espejo del baño sólo, pero ahí también tiré su cepillo de dientes, sus champús se gastaron y una de las dos perchas permanecía sin toalla.

Seguía yendo al hospital. Al empezar el mes decidía los días de visita y esperaba pacientemente que llegasen. Un lunes pasó que regresé cansado a casa y no me di cuenta hasta el día siguiente. A partir de entonces, al elegir las fechas para ir con Zulma las marcaba en el calendario. No tenía más que mirar y enseguida estaba ella, entre la cita con el dentista y la semana santa.

Su ropa continuaba en los armarios. Cuando la ingresaron había llevado unas mudas y alguna camiseta favorita al hospital. El resto lo dejé en casa. Si veía un pantalón o una chaqueta que me gustaban, las compraba para ella. Después perdía la cuenta de lo que le había regalado. Hasta que me pareció ver a una enfermera vestida de Zulma, y me llevé todo.

Desmonté el armario entero. Sus blusas, sus faldas, sus pantalones y zapatos, todas sus cosas pasaron tres días sobre la cama. Mientras, dormía en el sofá y ni acercarme al dormitorio.

Zulma tenía cantidad de ropa, mucha mas de la que yo le había visto puesta. Recogí cajas y me decidí a empaquetarla. Compré cinta de embalar y las armé. Una forma de mudanza se ganaba la casa.

Las cajas se fueron llenando y en algunas escribía ‘bañadores’ o ‘primavera’. Pero sólo al empezar, luego las rellene rápido, sin mirar, intentando quitármelo de encima. Procuraba no acordarme de cómo me gustaban sus faldas, o de cuanto me había reído al verla pelearse con algún vaquero. Al final todas las cosas de Zulma estaban en cajas. No podía aparecer cargado en el hospital y dejarlas en su habitación. Pensé en llamar a sus padres, por si las querían. Pero no lo hice. Llevé su ropa a la parroquia y después busqué un bar de moda. Hacía tiempo que no salía.

No hay comentarios:

 
/* google analitics ----------------------------------------------- */ /*----------------------------------------------- */